Beck, Leonhard.
(Augsburgo, c. 1480-1542).



(dV-S-8).

C. 1515. Grabado a la madera. Marca de agua. New Hollstein, 50.



Grabado perteneciente a la serie “Santos vinculados a la casa de Habsburgo”. Edición de Bartsch de 1799. Ningún texto escrito. En parte inferior izquierda, escudo heráldico. Márgenes sutiles.


El grabado representa el martirio de San Hermenegildo, encarcelado por su padre, el rey visigodo Leovigildo, el cual, al negarse su hijo a tomar la comunión de un obispo arriano, le condenó a ser decapitado por su carcelero en el año 586.

La escena se desarrolla en una celda, con enlosado agrietado, en cuyo fondo negro, encima de una especie de duro lecho, hay un pequeño ventanuco, por el que entra una débil luz. Cuelgan de la pared  cadenas, alusivas a la prisión del santo; y, de la estructura que forma el camastro, cuelgan conchas y utensilios para ser utilizados en el sustento del preso.

En el centro se encuentra San Hermenegildo, erguido, con atributos reales (corona, cetro y capa), alusivos a su condición de príncipe, el cual señala a su cuerpo, que yace en el suelo, mientras el verdugo, con rostro cruel, en dinámico escorzo, mantiene en alto el hacha, que, en breve, cortará la cabeza del mártir.

San Gregorio Magno, en sus Diálogos, narra que “Llegó la festividad de la Pascua, y en aquella noche el pérfido rey Leovigildo envió un obispo arriano a la cárcel, para que su hijo recibiese la comunión del sacratísimo cuerpo de Cristo de la mano sacrílega de aquel hereje, prometiéndole admitirle en su gracia si lo aceptaba. El santo joven, aunque estaba atado y afligido en el cuerpo, estaba libre y despierto en el alma. Y, estimando en más la gracia de Dios que la de su padre, echó de sí al obispo arriano, reprendiéndole y diciéndole las palabras que merecía oír”.

San Gregorio sigue relatando que el rey ordenó la muerte de san Hermenegildo, pero posteriormente se arrepintió de su crimen y creyó en la doctrina católica, aunque “no se atrevió a confesarla públicamente, por temor de sus súbditos y por no perder el reino” (hay que tener en cuenta que la inmensa mayoría de los visigodos, a diferencia de los hispano-romanos, eran arrianos). No obstante, a pesar que no abjurar formalmente del arrianismo, encomendó a San Leandro la educación de su otro hijo Recaredo, el cual, tras su conversión, llegó a ser el primer monarca católico de la dinastía visigótica hispana.


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